¿Gripen sueco o J-10 chino? Una decisión estratégica para Colombia

Colombia atraviesa un punto de inflexión en materia de defensa. Con una flota aérea envejecida de aviones estratégicos -particularmente los cazas Kfir de origen israelí, que datan de los años setenta- la Fuerza Aeroespacial Colombiana necesita urgentemente modernizar su equipo para mantener capacidades disuasivas, proteger su espacio aéreo y responder eficazmente a amenazas convencionales y no convencionales. En este contexto, la elección entre el Saab JAS 39 Gripen sueco, preliminarmente seleccionado por el gobierno colombiano, parecía única. Sin embargo, la reciente visita del presidente Gustavo Petro a China y la efectiva participación del avión de combate chino Chengdu J-10 en el conflicto entre India y Pakistán podrían reabrir el debate. Esta decisión va mucho más allá de lo técnico o presupuestal: es una elección profundamente política y geoestratégica para Colombia y, en general, para el Sur Global con unas dinámicas globales cambiantes.
¿Por qué renovar?
Más que una carrera armamentista, en el contexto actual varios países necesitan renovar sus equipos estratégicos. Una flota obsoleta limita no solo las capacidades operativas del país, sino también su autonomía estratégica para defender sus intereses nacionales y territoriales. Un avión de combate moderno es una plataforma polivalente: no se trata solo de interceptar aeronaves, sino también de integrar sistemas de vigilancia, guerra electrónica, comunicaciones cifradas y ataque de precisión. Además, la obsolescencia implica altos costos de mantenimiento, inseguridad para las tripulaciones y pérdida de interoperabilidad con aliados regionales y globales, así como una menor capacidad disuasiva frente a amenazas externas y actores armados ilegales internos.
En los últimos años, países como Brasil, Chile y Venezuela han modernizado su aviación de combate. Colombia no puede darse el lujo de quedarse atrás, dada su posición geoestratégica en América del Sur y su rol en la seguridad hemisférica. Una débil capacidad aérea expone al país a presiones externas, dificulta la protección de recursos estratégicos -como el Amazonas o las aguas del Caribe- y reduce el margen de maniobra en crisis internas. Cabe recordar que buena parte del éxito de la negociación de paz con las FARC se debió a la presión ejercida mediante bombardeos quirúrgicos realizados con los cazas Kfir.
Gripen vs. J-10: El dilema
El Saab JAS 39 Gripen es un caza ligero de última generación fabricado por Suecia, miembro de la Unión Europea y, desde 2023, de la OTAN. Con tecnología avanzada, bajo costo operativo y probada interoperabilidad con fuerzas aliadas, el Gripen se perfila como una opción sólida. A diferencia de otros cazas occidentales, el Gripen ha sido diseñado pensando en países del Sur Global: Brasil participa activamente en su desarrollo, lo cual abre oportunidades para transferencia tecnológica. Sin embargo, el avión nunca ha sido probado en combate real y su motor es de origen estadounidense, lo que implica que el gobierno norteamericano podría imponer restricciones sobre su uso.
El J-10, en cambio, es la principal apuesta de la República Popular China para competir en el mercado internacional. Recientemente demostró efectividad frente a un Dassault Rafale francés operado por la India. Las versiones más avanzadas (J-10C) incorporan radares AESA, motores modernos y capacidades comparables a los cazas occidentales. China ofrece condiciones financieras atractivas, posibles transferencias de tecnología y, quizás lo más importante, pocos condicionamientos políticos. Sin embargo, este tipo de acuerdos podrían generar inquietudes en organismos de derechos humanos y podría acarrear riesgos geopolíticos a largo plazo.
Soberanía operativa: La clave
Uno de los temas más sensibles en la adquisición de equipo militar es la libertad de uso. Varios países latinoamericanos han enfrentado restricciones derivadas de embargos o vetos impuestos por Estados Unidos, afectando operaciones y disponibilidad de repuestos en momentos críticos.
En este sentido, China ha ganado reputación como proveedor “sin condiciones políticas”, aunque ello puede derivar en dependencia tecnológica y vulnerabilidad futura. El Gripen, por su parte, ofrece una opción intermedia: tecnología occidental sin control directo de Washington. Saab ha demostrado flexibilidad con socios del Sur Global y la experiencia de Brasil muestra que es posible negociar sin imposiciones arbitrarias.
Geopolítica en juego en el siglo XXI
Colombia ha sido un aliado tradicional de Estados Unidos. Una adquisición significativa de tecnología militar china podría incomodar a Washington, complicar la cooperación en inteligencia y alterar la percepción regional sobre la confiabilidad de Colombia como socio occidental. No obstante, en un mundo cada vez más multipolar, diversificar proveedores puede dar mayor autonomía estratégica, sobre todo ante el declive del liderazgo global estadounidense en ciertas áreas y la necesidad urgente de mejorar la economía colombiana.
La decisión también debe considerar variables internas: transparencia en el proceso de adquisición, costos de mantenimiento, posibilidades reales de transferencia tecnológica y beneficios industriales. El Gripen, ensamblado parcialmente en Brasil, facilitaría entrenamientos conjuntos, cooperación Sur-Sur y desarrollo industrial regional. El J-10, aunque atractivo, no ha sido adoptado fuera del entorno de aliados de China, como Pakistán, y existen preocupaciones sobre la estabilidad de la cadena de suministro, algo que ya ocurrió con material soviético durante la Guerra Fría por ejemplo en Perú.
Para considerar
Renovar la flota de combate no es solo una prioridad militar: es una decisión sobre el tipo de país que Colombia quiere ser y cómo quiere posicionarse en el nuevo orden global. Apostar por el Gripen significaría fortalecer alianzas con democracias tecnológicas y consolidar lazos con América Latina. Elegir el J-10 enviaría una señal de autonomía estratégica y apertura a nuevos actores, aunque con riesgos de aislamiento frente a socios tradicionales.
En ambos casos, Colombia debe negociar más allá del fuselaje: asegurar transferencia de tecnología real, e inversión económica e industrial, establecer plantas de producción local y generar beneficios industriales de largo plazo, como sucedió cuando se adquirieron los Mirage franceses, que incluyeron la instalación de una planta de ensamblaje de automotores Renault con Sofasa en los años setenta. Esta es una inversión enorme que cualquier país proveedor desearía asegurar y Colombia puede negociar con mucho margen de maniobra, si el gobierno es lo suficientemente hábil y muestra liderazgo.
Saul M. Rodriguez, Ph.D. Graduado de la Universidad de Ottawa (Canadá), es una voz líder en política comparada y relaciones internacionales con amplio reconocimiento internacional, especializado en regímenes políticos, seguridad, asuntos militares y capacidad estatal. Es colaborador habitual en medios de comunicación. Fue editor en jefe de Magcondo. Actualmente, es asesor editorial de nuestra Fuerza de Tarea Editorial. Autor de dos libros y numerosas publicaciones académicas en español e inglés, combina rigor académico con amplia experiencia de campo en algunas de las regiones más complejas del mundo. Su trabajo ha sido reconocido con múltiples distinciones otorgadas por instituciones de prestigio a nivel internacional.
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